martes, 30 de octubre de 2012

Música, poesía, pintura. "El pintor Rossique o el árbol al que pisaron un pie".



Georgina y yo, rumiando cada una sus particulares emociones respecto a lo que íbamos a ver, visitamos la exposición "Palimpsestos", de Paco Rossique. En la Galería de Arte de la ULPGC, de la calle Juan de Quesada.

Ya en la sala, rumiamos, rumié bien. Los cuadros que colgaban de las paredes eran otras tantas puertas por las que entré en esos mundos raros y fantásticos que tanto me gustan. Me sentí cómoda; anduve por allí "como Pedro por su casa"; acepté la invitación del autor a "leer" su obra.

Me gustó mucho ver personas con brazos articulados; una mujer leía dos libros al mismo tiempo, pues tenía dos brazos derechos cuyas manos sostenían, cada una, un libro abierto. Otras dos mujeres, de espalda y con trajes largos de noche, compartían la misma cola del vestido. Bueno, la verdad es que disfruté "como un cosaco". Hubiera querido saludar al artista, pero no estaba en ese momento.

Salimos de la exposición y caminamos a lo largo de Juan de Quesada comentando lo visto y sentido con la muestra de Paco Rossique... Me gustan los árboles que hay en esa calle, sus troncos y las retorcidas raíces. Imbuída todavía del ambiente mágico de Rossique, acaricié un árbol (porque a veces me gusta "ver" con las manos y los dedos), cuando vi un pesado trozo de ladrillo encima de las raíces. Lo cogí (con cierta dificultad, porque la verdad es que pesaba) y buscaba dónde ponerlo cuando mi acompañante me dice:

- Eso es un trozo de ladrillo... (Y no sé cómo, le entendí: ¿Por qué quitas eso de ahí?)
- ¡Porque le molesta!-, respondí yo sin pensar. (Ella se ríe ante el mal entendido y se queda mirándome.)
Un rato de silencio, y luego:
-Georgina, ¿ves lo que te acabo de decir? Creí que me preguntabas por qué quité el trozo de ladrillo de las raíces del árbol. Y es que le molestaba ese peso... Pero no sé cómo lo sabía yo.

Me imaginé un peso sobre el pie de una persona; que, naturalmente, molestaría mucho. Pues al árbol, también.

Un éxito, la exposición de Rossique. Dentro y fuera de la sala.



jueves, 18 de octubre de 2012

Mucho ruido y pocas nueces.



Una vez por semana suelo ir con una amiga a almorzar por ahí. Frecuentamos varios sitios, siempre por la zona de Triana. Y nunca faltan jóvenes músicos callejeros. Yo les doy sonrisa flaca y propina generosa, ya que nada más puedo hacer por ellos. Mi amiga les da dinero sólo de vez en cuando, pues no es partidaria de esa clase de caridad; cada uno tiene sus ideas, claro...

A mí lo que me pasa es que tengo dos problemas con estos músicos. Tal vez no sea acertada mi actitud, pero creo que para ellos lo fundamental es el dinero; no sonrisitas y amabilidades vacías que no les solucionan nada; vamos lo de "mucho ruido y pocas nueces". Por supuesto, siempre se agradece un gesto si es amable, pero hasta ahí y no más. Ese es mi primer problema, ser o no ser más expansiva.

Mi amiga, cuando les da dinero, somete a los chicos a un cuestionario: de dónde son (suelen venir de Italia, Portugal o Rumanía...), edad, cuánto tiempo llevan aquí, etcétera. Y eso me pone nerviosa, es mi segundo problema. Lo terrible es que no puedo soportar que se me acerquen: me da mucha tristeza porque no puedo hacer nada por ellos, y además, pudiera ser que ellos interiormente estén pensando que qué me importa a mí, ¿acaso es que puedo resolverles la vida? Y por si fuera poco, también pienso que podría ser un hijo mío quien se viera en esa situación: lejos de su país, de su familia, sin futuro...; agradeciendo la caridad de unas viejas locas.

En el almuerzo de la semana pasada, a punto estuve de salir corriendo. Cuando los músicos se acercaron, tras finalizar uno de sus temas, les dimos dinero y mi amiga, como de costumbre, a rellenar "el cuestionario" ¡como si fuera un pasaporte! Los dos chicos habían estado un tiempo en la península y luego decidieron venirse por el clima. Tenían veinte años, eran rusos: uno tocaba el violín y el otro el acordeón... Cuando terminó todo y yo esperaba que se marchasen, el del violín, un rubio de cara angelical, volvió a empuñar el arco y nos obsequió con una canción dedicada a nosotras.Y eso sí que es algo que yo no soporto. Ya me emociona demasiado la música, que es lo que más me gusta del mundo, para encima tener que aguantar semejante cosa: la commoción de que aquella música sea "para mí". ("Tócala, Sam").

Terminaron los chicos de tocar, más dinero y, horror de horrores, no se marcharon sino que el del violín nos obsequió de nuevo. Yo no podía más; un montón de emociones me estallaban por dentro, me estaba poniendo histérica. Terminó la música y se fueron, esta vez sólo con sonrisas de despedida...

Y yo me volví a sentar, pues ya me levantaba de la silla para huir...

martes, 16 de octubre de 2012

¡Y dale con la misoginia! (1) CRISTINA DE PIZAN, poetisa y feminista medieval francesa.



Me cuenta un amigo, que está preparando una exposición para una pintora cuyos cuadros tienen por tema mujeres ilustres olvidadas o no debidamente recordadas. ¿Verdad que la idea es genial?

Y hablando del tema femenino, ¿cómo andamos de misoginia? Pues bien, como siempre; la misoginia va estupendamente. Lo digo porque entre las mujeres olvidadas está una de mis heroínas, Cristina de Pizan (o Pisan, que a veces lo ponen con 's'). Medieval cien por cien (siglo XV) fue, nada menos, que la primera escritora que vivió, como tal, de su trabajo. "¡Y probablemente la última!", dijo ocurrentemente mi amigo Aquiles. Dejando esto de que sea la última en vivir de su trabajo, lo demás es indignante.

Cojo un libro de texto de Literatura (de cuando yo estudiaba el Graduado Escolar) y busco escritores medievales: los hay a montones, españoles y europeos: Fernán González (s. X, nada menos); Gonzalo de Berceo, Ramón Llull... Dante, Chaucer... Pero no encuentro nada sobre Cristina de Pizan ni tampoco sobre María de Francia, la de los "lais" y fábulas medievales.

O sea, a las mujeres, que las parta un rayo... Divino, claro; ya que no pocos autores medievales, azuzados por la Iglesia, escribieron contra ellas, las tentadoras, diabólicas, causantes de todo mal... a los hombres naturalmente, que eran todos unos santos. O lo serían, si no fuera por esas criaturas lascivas, súcubos insaciables de la castidad de los varones. ¡Qué frescura!

No tengo título que avale lo que voy a contar; sólo sé lo que leo y pienso. Cristina de Pizan empezó cómodamente su vida hasta que llegó la correspondiente crisis. Se murió su padre, que gozaba del favor del rey Carlos V de Francia y, encima se murió también su marido. Viuda y con tres hijos, tuvo, en aquel tiempo, que ganarse la vida. Y se la ganó: escribiendo muy valientemente, enfrentándose a un mundo de hombres. En 1399, en defensa de las mujeres, escribe Epístola del dios del Amor, donde contesta los desprecios, ofensas y engaños que damas y doncellas reciben de quienes dicen amarlas. Participa activamente en la Querella de las mujeres, donde se discutía sobre la estigmatizada "naturaleza femenina".

Hasta ahí, la historia. Y a partir de ahí, ya me vuela la imaginación. Veo a Cristina de Pizan ante su escritorio, con gorro de cucurucho (que debía ser incomodísimo). Escribiendo con la mano derecha y sosteniendo con la izquierda un niño al pecho. ¿Tendría ama de cría? "De profesión, sus labores", indicaba el DNI de hace años. ¡Pobre Cristina! De profesión, sus labores; sí, pero también, de profesión escritora, "hombre de la casa", ya que tenía que mantener a su familia. Administración del hogar, pañales, comida, colada...

Según he leído, en esa época nada ni nadie se libraba de cucarachas, pulgas, moscas, piojos... ¿Tendría Cristina de Pizan dinero para permitirse colchones rellenos de plumas? ¿Servicio? Y además, pienso si escribiría en borrador y luego lo pasaba a limpio ella misma, o tendría algún escribiente. Qué lata, todo eso. El papel que no abundaba, como hoy. Para tener pergamino, primero había que matar a un cordero, desollarlo, secar la piel... Las plumas de ave para escribir, las velas, comprar el agua. Las calles, llenas de suciedad, y cuidado con aquello de "¡Agua va!", terrible advertencia cuando se vaciaba el orinal por la ventana. La Edad Media me fascina, es mi época favorita. Curiosa mezcla de brutalidad y religiosidad.

Cristina de Pizan (siglos XIV y XV) vivió tiempos muy revueltos en Francia: la muerte de Carlos V (protector de su padre), la demencia de Carlos VI, peleas de Armargnacs y Borgoñones y, para completar, la Guerra de los Cien Años, la de Juana de Arco. Cristina de Pizan fue contemporánea de Juana y escribió un Dictado de Juana de Arco, que no consigo en ningún sitio; me encantaría leerlo.

Como dije antes, hasta ahí los hechos históricos. Pero me gusta imaginarme los detalles cotidianos. Los trajes, por ejemplo. No creo que se lavaran nunca. Y en los cuadros de la época, la gente parece siempre muy abrigada. ¿Será que los pintaron en invierno? Porque si usaban esa ropa en verano, se morirían de calor. En invierno sí que se les ve llevando pieles, pero ningún traje parece de verano. Debía de ser horrible, calor, moscas, mosquitos, el mal olor de la basura acumulada en las calles...

Edad Media; los hombres sólo tenían que ganarse la vida. Pero una mujer como Cristina de Pizan, además de trabajar para vivir, tenía que ocuparse de su casa y de sus hijos. ¡Y con la lata que es escribir!... ¿Cómo se le pagaría su trabajo? ¿Por horas? ¿A trueque? O quizás se pactara el precio con el que lo encargaba. ¿O dependía de la voluntad (¿generosidad?) del gran personaje?

Extraordinaria mujer, a fe mía. Tengo de ella La ciudad de las Damas y Cien baladas de Amante y Dama. De ese libro, pongo algo de la Balada LXXX:

- Bella, decid cuándo, cómo
os puedo volver a ver,
y yo hasta allí correré,
pues nada hay que yo más quiera;
nadie abra la puerta salvo
vos; un buen día os dé Dios,
¿no me vais a abrazar pues?

- Amigo, ven por la puerta
de atrás a las diez en punto
el martes y sin linterna,
¿no me vais a abrazar pues?

Sí, extraordinaria mujer. Capaz de escribir así en medio de las terribles incomodidades medievales, en medio del deterioro político, un rey loco y la interminable guerra que Juana de Arco no pudo acabar. Ella murió en la hoguera en 1431 y la Guerra de los Cien Años aún siguió más de treinta años.

Con cierta dificultad, vuelvo al siglo XXI; con enormes problemas, sin duda, pero más limpito. Benditos, humildes -y nada silenciosos- camiones que recogen la basura. La dicha de una ducha burbujeante de gel perfumado; el agua que brota cantando del grifo; la luz eléctrica, triunfante sobre las tinieblas de la noche... Me gusta muchísimo la Edad Media pero creo que no hay época mejor que la nuestra, a pesar de todos los pesares, al menos en lo que a comodidades cotidianas se refiere.



miércoles, 3 de octubre de 2012

"Sopa de tortuga, pan de huevo".



Cada mañana, temprano, salgo con la perra y compro "cosillas", el periódico, etc. Hoy, en la verdulería "usosmúltiples" (además de fruta y verdura venden embutidos, pan, bollos, etc.) compré un pan de huevo. Al verlo, como me suele ocurrir cuando algo me recuerda algo, me trasladé a Venezuela (donde viví seis años). A La Entrada, un pueblo a 14 kilómetros de la ciudad de Valencia.  ("La Valencia que naciera del Rey", decía un gran cartel que no sé qué significaba).

Yo, una chiquilla de 10 años, en La Entrada, merendando el pan de huevo que hacían unos lapones emigrantes. Además de vender en su panadería, por las tardes mandaban a un chico a repartir pan por las casas.

El pan de huevo de hoy, que vi en la verdulería, se parecía  por la masa y color, al de los lapones. Así que lo compré para desayunar. Pero el sabor no se parecía ni pizca al que hacían los lapones, que el mandadero llevaba calentito a todas las casas. Este pan de 2012 estaba muy bueno, la verdad. Pero la imaginación, en glorioso technicolor, me llevó a 1950, al de la merienda, caliente, con mantequilla y leche en polvo KLIM.

Venezuela, un país al que quiero muchísimo. Y los recuerdos que tengo son maravillosos "de verdad", no porque sean recuerdos. Por ejemplo, el pueblo de La Entrada estaba en el campo, que allì era selva. Y la selva por la noche era un espectáculo increíble: las luces de miles de luciérnagas, que parecía que todas las estrellas del cielo habían caído a la selva.

Para terminar, algo de "Alicia en el País de las Maravillas". Lo que canta la Tortuga:

"Sopa de tortuga,
sopa de la noche,
riquíííísima sopa".

"Pan de huevo,
pan de merienda,
riquíííísimo pan".