(César Manrique 1919-1992) |
En estos días de aniversario y de luto, pensar en Lanzarote
es pensar en César Manrique. Y pensar en César Manrique es pensar en…; evocar,
más bien, misterios, leyendas, cantos de bardos lejanos.
Envuelto César en un cierto halo de misterio, se dice de él
que, siendo un chinijo, lo llevaron a las Montañas del Fuego. Era un niño
curioso y se interesaba por todo. Uno de los volcanes, con un pequeño cráter
con fuego en su interior, le llamó tanto la atención que, soltando la mano de
su madre, corrió hacia él y se alongó tanto para verlo que se cayó dentro. Entre
gritos y sustos, lo sacaron por los pelos. Unos decían que lo habían cogido a
tiempo, que el fuego no lo había tocado. Pero una leyenda cuenta que el niño
César, efectivamente, cayó dentro del cráter lleno de fuego. Mas las llamas no
le hicieron daño, al contrario; siendo tan especial, los volcanes de Lanzarote
lo acogieron, adoptaron y nombraron Hijo Predilecto.
La gente empezó a llamarlo “Hijo del Volcán”... No fue
reducido a cenizas, como el fénix; pero, como la fabulosa ave, el chinijo César
resurgió triunfante. Y en aquellos pocos segundos entre las llamas del volcán,
aprendió los secretos de los cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego. Sus
grandes "herramientas" para llegar a ser el legendario artista que
traspasó eso que llaman "fronteras". Fronteras en las que él nunca creyó.
César, nombre predestinado, nombre de guerrero ganador de
batallas. Pero, ¿quién las ganará ahora que él no está? Cómo nos sentiríamos,
un día como ayer, como hoy, donde tanta gente está luchando por nuestros derechos
en las calles; cómo sería si pudiéramos contar con su guía, con su
liderazgo… "Ave, César. Los que van a morir te saludan". ¿A esto nos
llevará su ausencia?
Guardando las distancias, recuerdo a una mujer también muy
especial, que fue amiga de César Manrique toda su vida: Mª Dolores de la Fe, mi
tía. Periodista, escritora y canaria de cuerpo y de alma, mantuvo siempre una
gran amistad con César. No fue, como él, una artista que asombró a todos; pero sí
me asombró a mí. Tanto que de niña, la elevé a la categoría de hada, lo más
alto a lo que se podía llegar en mi pequeño mundo.
Y en ese pequeño mundo mío, de haber conocido yo a César
Manrique, ¿a qué categoría lo hubiera elevado? No lo sé, pero habría sido algo
mágico, seguro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario