miércoles, 26 de septiembre de 2012

2. A César Manrique, de “sus” islas con amor.

(César Manrique 1919-1992)




En estos días de aniversario y de luto, pensar en Lanzarote es pensar en César Manrique. Y pensar en César Manrique es pensar en…; evocar, más bien, misterios, leyendas, cantos de bardos lejanos.

Envuelto César en un cierto halo de misterio, se dice de él que, siendo un chinijo, lo llevaron a las Montañas del Fuego. Era un niño curioso y se interesaba por todo. Uno de los volcanes, con un pequeño cráter con fuego en su interior, le llamó tanto la atención que, soltando la mano de su madre, corrió hacia él y se alongó tanto para verlo que se cayó dentro. Entre gritos y sustos, lo sacaron por los pelos. Unos decían que lo habían cogido a tiempo, que el fuego no lo había tocado. Pero una leyenda cuenta que el niño César, efectivamente, cayó dentro del cráter lleno de fuego. Mas las llamas no le hicieron daño, al contrario; siendo tan especial, los volcanes de Lanzarote lo acogieron, adoptaron y nombraron Hijo Predilecto.

La gente empezó a llamarlo “Hijo del Volcán”... No fue reducido a cenizas, como el fénix; pero, como la fabulosa ave, el chinijo César resurgió triunfante. Y en aquellos pocos segundos entre las llamas del volcán, aprendió los secretos de los cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego. Sus grandes "herramientas" para llegar a ser el legendario artista que traspasó eso que llaman "fronteras". Fronteras en las que él nunca creyó.

César, nombre predestinado, nombre de guerrero ganador de batallas. Pero, ¿quién las ganará ahora que él no está? Cómo nos sentiríamos, un día como ayer, como hoy, donde tanta gente está luchando por nuestros derechos en las calles; cómo sería si pudiéramos contar con su guía, con su liderazgo… "Ave, César. Los que van a morir te saludan". ¿A esto nos llevará su ausencia?

Guardando las distancias, recuerdo a una mujer también muy especial, que fue amiga de César Manrique toda su vida: Mª Dolores de la Fe, mi tía. Periodista, escritora y canaria de cuerpo y de alma, mantuvo siempre una gran amistad con César. No fue, como él, una artista que asombró a todos; pero sí me asombró a mí. Tanto que de niña, la elevé a la categoría de hada, lo más alto a lo que se podía llegar en mi pequeño mundo.

Y en ese pequeño mundo mío, de haber conocido yo a César Manrique, ¿a qué categoría lo hubiera elevado? No lo sé, pero habría sido algo mágico, seguro.

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