- Bueno, Sr. Saramago; ya tiene usted el
Nobel. Permítame una pequeña impertinencia: tardó en llegar, como Pilar… En
fin, por muchos años.
Cavilaba yo en la
felicitación al escritor respecto al Premio, que se hizo desear bastante por
todos sus lectores. Y como ya he comentado muchas veces. El eterno lamento de
Saramago era “Pilar, que tanto tardó en llegar”. Bueno, pues todo llegó…
Cavilaba yo, como
digo, en la felicitación a Saramago, cuando empecé a “ver” lo que luego sería
el libro de 78 páginas que se me ocurrió con motivo del Nobel. (¡En una buena,
me estaba metiendo!).
Pensaba yo en
Saramago, en cómo se había instalado en Lanzarote dejando su país por esas
“incomprensibles incomprensiones” de las que no se libra nadie, ni chicos ni
grandes (y no me refiero a la edad).
Y pensando, pensando,
esto es lo que “vi”:
“El Espíritu de la
isla observó al nuevo inquilino con ojos críticos, dispuesto a soltar chispas
si hacía algo inconveniente. Pero no, el nuevo inquilino no hizo nada
inconveniente y el Espíritu de la isla suspiró satisfecho y le dio la
bienvenida”.
“Era una
mañana, como tantas otras, en que el Espíritu de la isla estaba somnoliento
después de pasarse la noche discutiendo con la Luna. (Según una leyenda, la
gente dice que el paisaje de Lanzarote se parece al de la Luna, cosa que
enfurece al Espíritu de la isla. Él dice que es la Luna la que se parece a él,
y así discuten toda la noche hasta que sale el sol y los manda a callar).
En medio de
su somnolencia, la isla oyó que las otras seis, sus hermanas, comentaban la
noticia: el nuevo inquilino era un famoso escritor que había venido de
incógnito.
Parloteaban y
discutían entre ellas con su acento más canario que el gofio”.
Y el libro empieza
así, con discusiones entre las siete islas, que se pelean como “buenas”
hermanas. Tanto como lo que me “peleé” con mi imaginación durante los casi tres
años en que estuve escribiendo y decorando este libro, ejemplar único.
Pero ya les
contaré…
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